Quizá era la única que no había leído aún Estupor y tembloresEstupor y temblores de
Amélie Nothomb, pero la semana pasada el destino me comprobó lo que explica
Juan Villoro en El libro salvaje: que
los lectores, más que encontrar libros, son encontrados por ciertas
publicaciones. El caso es que estaba yo dándome La buena vida y cayó entre mis
manos este título que en castellano va por la décima edición. Se trata de una
novela brevísima sobre las vicisitudes de una joven belga trabajando en una
empresa de consumo masivo en Japón. El título es especialmente revelador de la
trama porque con “estupor y temblores”, debían dirigirse los subalternos al emperador
en la época de los samuráis y es una actitud que ahora estructura la complicada
ética empresarial de Japón. La narración se estructura sobre un hilo dramático sin
saltos narrativos hacia pasado o futuro y está narrada en primera persona del
singular, lo que contribuye a evidenciar su carácter autobiográfico del texto
de la autora belga nacida en Kobe (Japón) en el año 1967. A ratos una parábola y
otras una caricatura demasiado simplificada de la sociedad japonesa, Estupor y temblores seduce por el humor
salvaje de la autora. Pero no es esto lo que hará que su sabor se quede varios
días con el lector; es que la descripción de Nothomb de su superiora inmediata
––que a ratos parece crítica, pero la mayoría de las veces señala un embeleso
propio del enamoramiento–– señala la relación dual con el poder (y con los
poderosos) que, aunque queramos negarlo, tenemos todos. Y en el fondo de
aquellos jefes intransigentes (y de los jefes de los jefes intransigentes) que
describe la belga, cualquiera podrá reconocer sus traumas laborales, transcurrieran
estos dentro o fuera de la inaccesible cultura asiática.
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